Dejando de lado el marco jurídico del tema de LyFC, debemos analizar el marco social que tiene este asunto.
Por
un lado tenemos a un grupo al que se le acusa de ladrones, flojos,
ineptos, parásitos sociales etc, por lo que en cuanto les robaron su
empleo muchos festejaron.
Por
el otro lado tenemos a los empleados que fueron violentamente
despojados de su empleo, algunos a días de jubilarse, otros que al
formar una familia (no simbólica) al encontrar el amor en algun
compañero de trabajo quedaron sin ingreso alguno, etc.
Y en un tercer punto tenemos todos los pequeños negocios que fueron
afectados por el cierre de la empresa, como lo son los expendios de
alimentos como pueden ser: tacos, tortas, garnachas, comida corrida,
etc, o bien negocios más grandes como las sucursales bancarias cuyo
nivel de actividad descendió. Todo esto lleva a la consecuencia de la
baja en la economía alrededor de las instalaciones de LyFC y puede que
en la Ciudad de México esto no sea un hecho tan notorio pero en lugares
como Necaxa, Puebla, se puede observar un velo de luto en el bolsillo de sus
habitantes.
Para
los primeros que se mencionan en este texto, es claro que al día de hoy
aun no entienden la relación que hay con su bolsillo y 40 mil humanos
con ingresos fijos pasando a ser 40 mil desempleados pensando en cómo
van a alimentar a su familia. Dicha relación puede ser directa como la
del tercer punto o bien forma indirecta como en el caso de los afectados en el tráfico por las
manifestaciones o al disminuir su poder adquisitivo gracias al clásico
efecto dominó de la economía.
Esa
relación que no es visible a primera vista lo que hace aún más
alarmante el hecho de que algunos aplaudieron la decisión de extinción
por el solo hecho de que sus empleados tienen excelentes prestaciones
sindicales, algo que curiosamente muchos buscan en una fuente de empleo y
que gracias a la reforma laboral, es ahora más difícil de conseguir,
aplaudieron que quitaron del cargo a un flojo que se atrevía a desayunar
una torta de tamal cuando hay empleados que sólo tienen 15
minutos de descanso en una extenuante jornada superior a las 8 horas
marcadas por la ley, en resumidas palabras “si yo soy infeliz tu no
puedes ser feliz”.
Dicha
actitud es socialmente autodestructiva pues implica que en lugar de
imitar el ejemplo que nos llevará a mejores condiciones de vida o en
este caso laborales, debemos igualar las condiciones más deplorables a
las que puede estar sometido alguien.
Es
verdad que no eran los empleados “modelo”, sin embargo ese es un
problema que no se resuelve erradicando las ya escasas fuentes de
empleo, sino cambiando esta absurda actitud personalista que como
sociedad nos corroe y de la cual forma parte el “si yo soy infeliz tu no
puedes ser feliz”.
Hoy
vemos con terrible pesar que el gobierno del priista Enrique Peña Nieto
al permitir esta atrocidad de la Suprema Corte, cometerá iguales o
peores errores que los cometidos en la administración pasada y bueno,
¿que podíamos esperar de alguien que no es capaz de citar 3 libros?
Solo
nos queda defender cada quien en su trinchera los pocos derechos que
nos quedan, supervisar a los altos mandos del gobierno tanto local como
federal para que cometan los menos errores posibles pues son ellos los
que con su ineptitud deterioran el sistema hasta llegar a las bases.
¿Qué haces cuando ves las barbas de tu vecino cortar?
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